Por: Dra. Marcela Jarpa Azagra, Directora Escuela de Pedagogía PUCV
Cada vez que termino una clase con mis estudiantes, futuros profesores de Educación Básica, imagino cómo y dónde me gustaría que ellos fueran a dar lo mejor de sí. Imagino cómo podría ser una nueva Educación Pública, donde ellos sean protagonistas de la construcción de una sociedad más justa, inclusiva, pacífica e ilustrada.
En esta nueva escuela no puede faltar el reconocimiento y valoración del territorio circundante. Ese espacio físico e identitario que rodea y moldea a las personas que lo habitan. La idea de la escuela como una proyección de la comunidad, como un puente que estrecha lazos con los vecinos y que se transforma en un lugar de crecimiento cultural, seguro, cálido y amoroso para nuestros niños y jóvenes. Aspiro a que niños y niñas no tengan que recorrer horas en bus o a pie para encontrar una “buena escuela” o peor aún, que las familias tengan que hipotecar sus vidas por ello. ¡No! Yo quiero que mi “Escuela de Barrio” sea la mejor y que sus profesores sean los líderes educativos que llevarán a las nuevas generaciones hacia aprendizajes profundos, que los provean de herramientas para desarrollarse integralmente. Que puedan construir un pensamiento crítico, pero también reflexivo y que gracias a esto tengan mejores oportunidades de vivir una vida plena.
Imagino también una escuela plurilingüe, que no solo reconozca el valor de nuestras lenguas originarias, sino también que las enseñe desde los primeros años de escolaridad. Imagino también a nuestros niños y niñas hablando en lengua de señas, entre ellos y sobre todo con aquellos compañeros cuyo único medio de comunicación es este. Los imagino hablando inglés e incluso creoles. En este sentido es importante saber que la UNESCO adoptó la expresión de “educación plurilingüe” para referirse al uso, por lo menos, de tres lenguas en la educación: la lengua materna, una lengua regional o nacional y una lengua internacional. Hablar otros idiomas garantiza la diversidad y el diálogo intercultural; la consecución de una educación para todos, el fortalecimiento de la cooperación, una construcción social integradora y la conservación del patrimonio de los pueblos.
Imagino escuelas trabajando en red, creando comunidades de aprendizaje donde se valore el desarrollo profesional docente y, sobre todo, donde la innovación sea el motor y el corazón de las aulas. Repensar las formas cómo se construye y gestiona el aprendizaje y la enseñanza, buscando experiencias desafiantes, significativas y enriquecedoras, donde las comunidades educativas (docentes, estudiantes y familias) reconfiguren las relaciones con el saber. Tomarse el tiempo para repensar los espacios donde se educa (aulas, patios, pasillos, salas, etc.) e incrementar las metodologías activas centradas en los estudiantes, potenciando el trabajo entre familia y escuela y, sobre todo, ser activos y responsables en la vinculación con el entorno social.
Vivimos tiempos de cambios y a veces también de incertidumbre, pero transformemos estos momentos en oportunidades. Pongamos nuestra experiencia, conocimiento, investigación y motivación al servicio del fortalecimiento de una Educación Pública para todos, porque en Chile nuestros profesores y futuros profesores necesitan espacios educativos que potencien al máximo el desarrollo de sus capacidades y sobre todo donde puedan ser verdaderos agentes de cambio.
Publicada el viernes 15 de octubre del 2021 en el diario La Segunda.