Curriculum y Cultura, el debate olvidado
J. Félix Angulo Rasco
Escuela de Pedagogía PUCV
Centro de Investigación para la Educación Inclusiva CIE 160009
Sólo el saber puede ser compartido sin empobrecer.
Nuccio Ordine La utilidad de lo inútil. Manifiesto.
Entre las distintas acepciones de curriculum en educación, la más importante es, a mi juicio, la de que el curriculum es un representante cultural; dicho de otra manera, todo curriculum nacional explicita y hace visible una selección cultural, es decir, la cultura que por valiosa queremos que adquieran las generaciones futuras. Lawrence Stenhouse un gran pedagogo británico, enfatizaba en los tempranos años sesenta del siglo pasado, que la ‘cultura’ es un medio, el medio que soporta al pensamiento y, por ello, es a su vez el medio a través del cual la mente de los seres humanos interactúa con otras mentes en comunicación. En esta medida la cultura sirve de puente y de conexión entre las mentes que se relacionan y puede actuar de esta manera, porque con la cultura podemos comprender el mundo que nos rodea, y vivir y compartir, en parte, la experiencia de los otros seres humanos. La Cultura -afirmaba- es un campo dinámico en el que y a través del cual los individuos toman contacto unos con otros. Además de conocimiento, o justamente por ello, la cultura permite en la comunicación el reconocimiento de la experiencia subjetiva y de las acciones de los otros; es decir, permite reconocer que la ‘experiencia subjetiva de los otros’ es ‘análoga a la nuestra’. La cultura –reiteraba- está enraizada en la experiencia común y compartida, que nunca es idéntica, aunque sea reconociblemente similar. Raymon Williams, profesor de literatura de la Universidad de Cambridge, treinta años después, se expresa también en términos parecidos cuando señalaba que una cultura son significados comunes, el producto de toda la gente. Por estas razones, que no han perdido relevancia, hablar de un curriculum nacional implica hablar sobre el valor y el sentido del conocimiento cultural, que es un debate mucho más social, histórico y político, que técnico o económico. Pero dicho debate que debería estar en el corazón de la política pública en educación en cada país, ha sido sistemáticamente eliminado y obliterado del discurso y las propuestas de política educativa.
E.D. Hirsch académico de la Universidad de Virginia publicó en 1987 un libro titulado Alfabetización Cultural. Dicho libro no era otra cosa que un listado ordenado alfabéticamente de 7.500 conceptos/términos que compendiaban todo el conocimiento que según dicho autor un norteamericano debería saber. Hirsch marcó el ejemplo esencial para convertir un curriculum en un listado de informaciones y datos, no en un conjunto de saberes y conocimientos culturales. Tener un listado semejante en la enseñanza es como dar a entender que por aprender los términos de un diccionario de un idioma o memorizar una enciclopedia sabremos hablar dicho idioma o incluso adquirir el conocimiento y la sabiduría de la humanidad. Esta forma altamente reductora de entender el curriculum pertenece a una tendencia histórica que comenzó incluso con los primeros teóricos curriculares norteamericanos, fuertemente influenciados por el management científico de Frederick Taylor (el taylorismo) y que volvemos a encontrar en los curricula nacionales actuales en los que se acumulan objetivos, indicadores, competencias, mapas de desempeño y estándares. La última novedad, el último quiebre en este proceso de ocultación de la importancia del conocimiento cultural, está protagonizando por la OCDE –una organización económica- que después de haber difundido la importancia de las competencias, como sustitutivos de la cultura en el famoso informe DeSeCo (Defining and Selecting Key Competencies) del 2001, se ha reorientado recientemente -2012- hacia lo que denomina habilidades (skills) un elemento clave del desarrollo económico de las naciones (Better Skils, better Jobs, better life). Con independencia de la imprecisión conceptual con la que siempre trabaja la OCDE (definiendo habilidades como conjuntos de conocimientos, actitudes y capacidades), su propuesta es más una propuesta economicista y tecnocrática, y, por ende, utilitarista que, desde luego cultural. Lo que se olvida es que supuestas habilidades como el pensamiento crítico, la creatividad y la reflexión requieren la conjugación de conocimientos culturales. Los contenidos culturales son justamente los ladrillos de dichas supuestas habilidades. De todas maneras, aceptar que pensar críticamente, crear y reflexionar son habilidades es otra forma de degradarlos. La ocultación del conocimiento cultural tras el nuevo concepto de habilidades no hace más que sustraer a los futuros ciudadanos los más importantes elementos de su pensamiento, conexión con el pasado y su proyección hacia el futuro. Sabotear la cultura y la enseñanza significa sabotear el futuro de la humanidad, como nos ha recordado Nuccio Ordine. La selección valiosa de un curriculum y del conocimiento cultural requiere un debate profundo, sobre nuestro pasado y futuro. Las soluciones tecnocráticas y burocráticas por muy justificadas que estén en términos economicistas, no nos lleva más que a empobrecer al país, y reducir la educación de sus ciudadanos a la adquisición y el cumplimiento de habilidades estandarizadas. Quizás por ello el Consejo Nacional de Educación quita y pone ‘materias’ como si fueran fichas (ya sea la filosofía o ahora la historia), en lugar de generar un espacio de debate ciudadano, con la participación privilegiada de los docentes chilenos, a través de un informe serio y razonado sobre sus decisiones para que sea debatido públicamente.