Por: Norberto Sáinz Bernat, MIE, MBA
Miembro del Comité Académico del Magíster en Liderazgo y Gestión en Organizaciones Escolares PUCV/ Profesor Adjunto Adscrito Escuela de Ingeniería Industrial
Pintor, a la vez que anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Leonardo da Vinci fue el último gran polímata. A partir del s XV no habría otros como él, ya que las contribuciones de Galileo Galilei (s XVI – XVII), René Descartes (s XVII), Isaac Newton (s XVII – XVIII) y Pierre-Simon Laplace (s XVIII – XIX) entre otros, contribuyeron a forjar la ciencia como la conocemos hoy. En realidad, como se conocía hasta mediados del siglo pasado.
Nos referimos al reduccionismo, ese paradigma mediante el cual los seres humanos – quienes tenemos capacidades limitadas – buscamos dominar intelectual y materialmente fenómenos complejos mediante el artificio de dividirlos, aspirando así a simplificarlos, en el entendido que: 1) al dividir las cosas, éstas se simplificarán, y 2) dominar las partes será más fácil que hacerlo con el todo. El reduccionismo fue complementado por el racionalismo, el mecanicismo, y el determinismo causal, aportando así al desarrollo de las ciencias. ¡Y vaya desarrollo!
Esta forma de pensar y proceder fue tan exitosa que se extendió durante cuatro siglos a toda actividad humana, tanto intelectual como material, constituyéndose en uno de los pilares de la cultura occidental[1]. Así, comenzó nuestra civilización a dividir, separar, segmentar y analizar su camino al desarrollo –incluso recursiva y frecuentemente– en un intento por dominar el mundo para hacerlo mejor: el saber, en disciplinas o ciencias; éstas, en especialidades, niveles, aplicaciones; los países, en estados o regiones y éstas, en ciudades, comunas y barrios; los programas de estudio, en ciclos, niveles, materias, sesiones y momentos; las organizaciones, en vicepresidencias, gerencias, departamentos, secciones. Nuestra querida reforma universitaria de 1967 obedeció a este paradigma.
Pero la naturaleza es una unidad integrada, por lo que más temprano que tarde, las arbitrarias particiones motivadas por nuestra limitada naturaleza requerirían del proceso intelectual inverso. Ese momento se dio en la primera mitad del s XX. Importantes fenómenos políticos, sociales y económicos como guerras, pestes y debacles económicos a escala global, difíciles de manejar, presentarían trascendentales desafíos a estos paradigmas y dejarían en evidencia sus limitaciones.
En la arena política, por ejemplo, el receso entre la 1ra y 2da Guerra Mundial dio a las potencias en conflicto la oportunidad de robustecerse haciendo uso estratégico de la ciencia y la tecnología. Así, sus carreras para lograr ventajas bélicas en técnicas de navegación, fuego y comando autónomo revitalizaron ideas de sistema, realimentación y estabilidad, propuestas por Maxwell y Routh respectivamente en 1868 y 1877. Esta verdadera competencia científica condujo a la formulación de un nuevo campo de investigación y desarrollo: el control automático de sistemas, disciplina que introdujo conceptos holísticos tales como: sistema, entrada/salida, retroalimentación, estado, información, estabilidad, controlabilidad, observabilidad, los cuales fueron formulados y empleados con rigor y precisión matemáticos por exponentes como Nyquist, Bode, Shannon, Zadeh, Desoer, Kalman entre otros. [2]
Por su parte, Bertalanffy aporta hacia 1969 su teoría general de sistemas, que tiene la virtud de reformular en términos lógico –filosóficos todos los anteriores conceptos y relaciones matemático– cuantitativos, permitiendo así su extensión a otras disciplinas a las cuales hasta entonces no habían llegado. Esta nueva formulación permitió su rápida adopción en sociología, acogiendo aportes previos de Parsons y permitiendo contribuciones posteriores como los de Bateson, Luhmann y otros.[3] Con el tiempo esta nueva forma de estudiar y comprender las cosas se extendería a la biología, con Maturana y Varela, a la economía y administración, con Nelson y Beinhocker y a otras innumerables disciplinas y actividades humanas, hasta constituirse en una nueva y holística forma de pensar, propia de la civilización occidental actual. La influencia de este enfoque holístico en el área de la educación lleva ya algunos años, como queda en evidencia del trabajo de Leithwood, Hallinger, Day, Harris y otros expertos en liderazgo educacional, para mencionar un tema.
En el Programa de Magíster en Liderazgo y Gestión de Organizaciones Escolares hacemos propios los planteamientos descritos y los aplicamos a la dirección y liderazgo de las instituciones educativas, a través de la visión multidisciplinaria y sistémica de la estructura y el programa de estudios. Lo hacemos por las siguientes razones:
- Porque las organizaciones escolares son el crisol donde se forman las sociedades del futuro. Ellas deben ir a la vanguardia de las necesidades y paradigmas de la sociedad, dado el retardo natural con que se manifiestan en la comunidad los efectos de la educación escolar.
- Porque si a los 18 años un adolescente llega a la conclusión que su formación escolar fue un fracaso, no puede repetir la experiencia, o si lo hace, será a un altísimo costo, tanto para él como para la sociedad. Por ello, las organizaciones escolares deben ubicarse entre las instituciones más creíbles de la sociedad.
- Y finalmente, porque la vida, tal como la naturaleza, carece de compartimentación, y la educación escolar sienta las bases para la vida.
[1] En Asia los conceptos de sistemas y complejidad se desarrollaron más tempranamente que en las filosofías cristianas y musulmanas.
[2] Stuart Bennett. History of Automatic Control to 1960: an overview. Copyright © I996 IFAC. 13th Triennial World Congress, San Francisco, USA.
[3] General System Theory (Introducción), Ludwig von Bertalanffy. George Braziller, lnc. New York, 1ra Ed. (1969).