Autora: Profesora Monserrat Polanco, Escuela de Pedagogía PUCV.
Publicado en diario La Segunda (18/12/2019)
Hace décadas atrás, la llamada voz de los ochenta cantaba: /deja la inercia de los ‘70’/ abre los ojos, ponte de pie/. Cruce temporal evidente con el desencanto que los jóvenes experimentan en la actualidad. Tal desazón pareciera ser resultado de su trama biográfica y experiencial que hoy muestran con desenfado. Los historiadores Salazar y Pinto han señalado que “los hechos mostraron que esa ‘voz’, de un modo u otro, fue enmudecida por el camino”.
Lo cierto es que, la situación epocal de los jóvenes y la nuestra, no es fácil. La ruta histórica ha sido compleja. La experiencia dictatorial y neoliberal han dado lugar a una situación deshumanizadora y deshistorizadora que desarraiga a la persona de su lugar. Desde tal constatación, la Escuela de Pedagogía de la PUCV se ha trazado un cometido que nos ha llevado, primero, a un análisis reflexivo frente al escenario social y político, tanto en lo que concierne a las libertades y derechos, a la conexión entre transición y memoria política, y a una deuda frente al sentido de ser comunidad. Es fundamental, identificar y explicitar públicamente los factores económicos, políticos y sociales que generaron una sociedad caracterizada por la desigualdad, la injusticia y el no respeto por el otro, de tal manera de generar un espacio de experiencias particulares y colectivas que otorgue sentido a la coexistencia de pluralidades en un mundo de tensiones culturales, éticas y políticas, donde las personas puedan reposicionarse en el contexto de historias fragmentadas. Desde nuestra responsabilidad en la Formación Inicial de Profesores y Educadores para todos los niveles formativos del sistema escolar, creemos en la necesidad de elaboración de un Pacto social educativo, un espacio en el que podamos ensayar un proceso comprensivo que permita irnos transformando en sujetos biográficos relativamente reconciliados con nuestra experiencia, de modo de fundar una comunidad del sentir.
Por consiguiente, es necesario adentrarse en aquellos intersticios en los cuales se ha construido la no participación y la exclusión, de modo de pensar los modos por los cuales propiciemos y aseguremos la participación de todos los actores en colaboración. Para ello, la sociedad debe enfrentar la multiplicidad constitutiva del tiempo que se vive, caracterizado por la proliferación de diferencias y de heterogeneidades, si no se reconoce, entonces, las sociedades se convierten en un espacio vacío a partir de una comunidad imaginada. Tal pacto debe resguardar elementos constitutivos ineludibles, tales como: la justicia social. El profesional que forma y el que es formado debe dialogar e identificar acciones concretas que permitan desarrollar una sociedad más justa, solidaria y humana; en este contexto la institucionalidad es necesaria para la concordancia social, la participación y la estabilidad de los mecanismos que fomentan y encauzan la deliberación respecto a la legitimidad de los procesos; la persona como centro en su singularidad, autenticidad y originalidad. Sujeto de derecho sin ningún tipo de distinción; una praxis deliberativa y reflexiva a partir de un acto ético y virtuoso cuya base se sustenta en la prudencia
Nuestro presente no puede vaciarse de sentido. El conocimiento y lo que profesamos debe ser posibilidad de apertura, de hacer caminos para entender la complejidad de un tiempo y de saberse en el acontecimiento. Nos debemos una reflexión que nos permita resignificarnos en tanto actores políticos y sociales. En consecuencia, algo resuena, la voz de un tiempo que creyó dejar la inercia. Debemos comenzar a pensar desde otro sitio, que permita reflexiones pertinentes y necesarias para comprenderse mutuamente. Conocer lo que habita en el “divino tesoro” de la juventud. Sacar la voz a tiempo, escuchar, lo que implica apertura, entender su lenguaje, dialogar con sus tiempos, nuestros tiempos. ¿Qué implica todo esto? Construir espacios curriculares y de comunidad universitaria que comprendan la voz de la identidad y la diferencia. Innovar en nuestras prácticas docentes, balbucear un nuevo lenguaje que armonice con la tradición. Sin duda, como universidad hemos avanzado en estos temas, pero debemos insistir, de lo contrario, estaremos en la próxima coyuntura diciendo: “aquí estamos otra vez”. Entonces, suena la voz del antipoeta Nicanor Parra,
“Y mientras tanto la Primera Guerra Mundial
Y mientras tanto la Segunda Guerra Mundial
La adolescencia al fondo del patio
La juventud debajo de la mesa
La madurez que no se conoció
La vejez ………… con sus alas de insecto”.